SERVILISMO Y
MIEDO HISPÁNICO IV: La segunda vuelta al mundo
No solo los primeros, sino también la segunda vuelta al mundo fue
concluida por españoles a través de una verdadera epopeya.
Con este capítulo se concluye, por el momento, la cuestión de la circunnavegación,
a la espera de que próximamente a alguien se le ocurra que América fue
descubierta por rusos ya que un primo en quinto grado de los Pinzón conocía a
otro que conocía a un ruso, o que el Océano Pacifico le descubrieron los
extraterrestres, ya que cualquier cosa es válida con tal de menospreciar y si
es posible destruir la historia hispánica y su aportación sin parangón a la
civilización.
La nao Trinidad: la
otra vuelta al mundo
Por Dr. Braulio Vázquez Campos. Comisario de la exposición “El viaje más largo”. Archivero en el Archivo General de
Indias
El 21 de diciembre de 1521 los marinos de las naos Trinidad y Victoria se
separaron llorando en el puerto de Tidore, en las
Islas Molucas, entre descargas de artillería a modo de
despedida. Ambas tripulaciones estaban destinadas a aventuras muy diferentes:
los de la Victoria, a dar la primera vuelta al mundo buscando el Oeste;
los de la nao Trinidad, a esperar no se sabía
cuánto para afrontar la vuelta a casa en dirección opuesta a la de sus
compañeros.
Tres días antes, las perspectivas eran muy otras. Ambos barcos portaban clavo hasta el límite de su carga, y
afrontaban el viaje de regreso juntos. Pero nada más soltar amarras, la Trinidad se mostró torpe para
seguir el ritmo de su compañera. La Victoria viró
al ver que su capitana no la seguía: el motivo no era otro que el agua que penetraba sin cesar por su quilla. Para buscar el
orificio de entrada, se aligeró la carga del maltrecho barco, se acostó de
babor y se trabajó con las bombas de achique de continuo… En vano.
Los buceadores que proporcionó presto el rey Almanzor de Tidore no dieron tampoco con la causa. Según el maestre de
la Trinidad, Juan Bautista de Punzorol
(¿o Ponzorone?), la avería consistía en una vía de agua de cuatro palmos que no se podía
arreglar ni por dentro ni por fuera. El testimonio tomado por los portugueses
al grumete Martín de Ayamonte apunta a que la quilla
se había quebrado y que se había abierto un agujero grande junto a ella. Sea
como fuere, se vio enseguida que sería necesario “poner a monte” –varar– el
navío, y sanear el casco durante meses para volver a
ponerlo a flote.
El contratiempo daba al traste con los planes de aprovechar los vientos de
Levante para iniciar el regreso por el Índico antes de que aparecieran en el
horizonte los temidos navíos portugueses, cuya
próxima venida algunos avisaban: de hecho, avisados por su aliado el rey de Ternate, se envió una flota de 8 barcos y 300 hombres desde
Malaca, en mayo de 1522.
Todos los testimonios (Pigafetta, el Roteiro de un piloto
genovés, Transilvano, el maestre Juan Bautista Punzorol)
coinciden en que los expedicionarios convinieron en que lo mejor que podían
hacer era separar los destinos de las dos naos,
para garantizar el éxito del viaje: la que estaba en condiciones de navegar
seguiría la ruta del Índico en pos del cabo de Buena Esperanza, pero alejándose de la frecuentada por los portugueses para
llegar a la India; la que se quedaba en el dique seco regresaría, una vez
reparada, por el Pacífico, con destino a la
costa centroamericana.
Detalle de la nao
Trinidad. Planisferio de Diego Ribero. 1529
Mientras las reparaciones avanzaban lentamente con la ayuda de los aliados moluqueños, Gómez de Espinosa y sus hombres siguieron cultivando sus contactos políticos y comerciales,
preparando el terreno para las futuras expediciones que confiaban se enviarían
desde Castilla. Así, recibieron la visita del rey de la isla de Gilolo (actual Halmahera), la mayor del archipiélago. Estaba interesado en
las técnicas de lucha de los castellanos, que le hicieron
una demostración, tras lo cual renovó su vasallaje hacia Carlos I, a la par que
pedía a Gómez de Espinosa ayuda militar.
Respecto al comercio, el rey de Tidore ya había
mandado construir, antes de la partida de la Victoria, un almacén
donde guardar las mercancías que llevaban las naos castellanas;
el capitán decidió convertirlo en una factoría defendida por artillería.
Estaría servida por cinco hombres con la misión no sólo de seguir comerciando
en los precios concertados con los nativos, sino de aprender el dialecto malayo
local, y de informarse de las posibilidades económicas que ofrecía la región.
El maestre Punzorol había estimado que tendría la
nao lista en cincuenta días; fueron necesarios más de
cien. La Trinidad y su
aproximadamente medio centenar de hombres no partieron de Tidore
hasta el 6 de abril de 1522 hacia “Tierra Firme”. Cargaron menos clavo que antes
de la avería, entre 800 y 1000 quintales (36.806 / 46.000 kg).
Sobre los pormenores del viaje que se emprendió entonces no tengo más que
secundar a otros estudiosos anteriores, y en especial lo escrito por Tomás
Mazón Serrano. Desde la magna obra de Martín Fernández de Navarrete, el periplo
de la Trinidad ha sido tratado con cierto detenimiento
en contadas ocasiones (Toribio Medina, Fernández Vial / Fernández Morente, Xavier de Castro, el propio Mazón Serrano).
El ilustre marino e historiador que fue Fernández de Navarrete se
basó para este asunto sobre todo en algunos de los documentos del Archivo
General de Indias y del de la Torre do Tombo en
Lisboa que citamos en estas páginas, así como en el cronista Antonio de Herrera
(y, en menor medida, en Fernández de Oviedo); pero no tuvo en sus manos otros
testimonios de los supervivientes de la Trinidad: ni
el Roteiro del piloto genovés, ni la Relación de Ginés de Mafra, ni la carta que Gonzalo Gómez de Espinosa escribió
desde la India.
Y, naturalmente, no tenía a su disposición los conocimientos geográficos y
técnicos de hoy día. Por consiguiente, me remito, entre todos los autores
citados, y sin despreciar sus aportaciones, a la hipótesis de Mazón en cuanto a
los detalles del itinerario, a mi juicio la mejor fundamentada, y me limito a resumir aquella
odisea.
Los mandos de la Trinidad eran
conscientes de que en aquella estación del año el régimen de vientos era adverso para seguir los pasos de la nao Victoria.
Creían, por otra parte, estar a 2.000 leguas de América, y tener ante sí un
viaje factible si el tiempo les ayudaba; pero, aunque sus cálculos hubieran
estado acertados siguiendo la línea recta, los caminos de la mar, dependientes
de corrientes y vientos, son más sinuosos, y por ende más largos. Tras cargar
bastimentos en el puerto de Quimor,
en la isla de Halmahera, partieron a mar abierto el
20 de abril.
Los meses que siguieron fueron un suplicio,
vivamente narrado por el propio capitán Gómez de Espinosa en
la carta que más tarde mandaría escribir para Carlos I: luchando contra los
alisios de componente Este, navegando de bolina hacia
latitudes cada vez más septentrionales y frías,
sin el alivio de encontrar provisiones suficientes en las pequeñas islas y
atolones que se iban encontrando… Les dio el golpe de gracia un temporal de
doce días que quebrantó el barco y la salud de los hombres.
De nada les valió alcanzar la latitud de los 42º o 43º Norte: el éxito
del tornaviaje estaba reservado por el destino a Andrés de Urdaneta, que en 1565 logró establecer la
ruta que seguiría el célebre “Galeón de Manila” de
Filipinas a Nueva España. En elocuentes palabras de Gómez de Espinosa, la Trinidad anduvo durante cuatro meses “arando la
mar”: imposible expresar con mayor concisión lo improductivo de aquella sufrida
labor.
Carta de Gómez de Espinosa
narrando el periplo de la nao Trinidad, y su cautiverio en prisiones
portuguesas Cochín (Kochi,
Kerala, India) 12 de enero de 1525
Así pues, hambrientos, agotados y enfermos,
desistieron de su intención y pusieron rumbo Sur-Suroeste, de vuelta a las Molucas. Pobre consuelo fue descubrir el arco de islas de
las Marianas, pues se sucedieron sin cesar las muertes por hemorragias internas
masivas: 31 fallecidos hasta el 31 de octubre de 1522, cuando probablemente ya
habían avistado Halmahera.
Por el camino también habían desertado tres hombres,
en las islas Maug. Fondearon finalmente junto a la
isla de Doi, con “hasta catorce hombres y los más
dolientes” dice Mafra; si la relación de fallecidos
en la Trinidad en 1522 es exacta, y la comparamos con
otros testimonios, los que regresaron con vida
serían más bien diecisiete.
Lo que sucedió en los años que siguieron lo conocemos, esencialmente, por
esos “otros testimonios”, los que depusieron Gómez de Espinosa, Pancado, Mafra y Juan Rodríguez
ante las autoridades castellanas, las carta que desde el cautiverio en
Mozambique escribieron Juan Bautista de Punzorol y
León Pancado, y también por una carta del gobernador
luso de Ternate, Antonio Brito.
Supieron de boca de los nativos de la isla más cercana que los portugueses
se habían establecido ya en las Molucas, en la isla
de Ternate, y que construían un fuerte.
Pero los castellanos estaban tan débiles que apenas podían maniobrar la nave.
Gómez de Espinosa no tuvo más remedio que solicitar el auxilio del enemigo por medio de una carta,
pidiendo marinos para poder conducir su barco a Tidore.
El socorro no acababa de llegar, y ante el temor de que el barco encallase,
los marinos de la nao Trinidad hicieron
un último esfuerzo por llevarla al puerto de Venaconora, de ubicación incierta. A esas
alturas no tenían fuerzas ni para echar al mar los
cadáveres de los últimos compañeros caídos. Se presentaron
finalmente los portugueses con tres navíos y una cortés epístola de Antonio
Brito ofreciendo su ayuda… E inmediatamente se incautaron
de toda la documentación e instrumental náutico de la Trinidad, y en particular de los derroteros escritos en italiano por León Pancado.
Los marinos portugueses se encargaron de conducir la nao Trinidad al “puerto de Talangomi”
entre Tidore y Ternate,
desde donde los prisioneros sanos fueron trasladados a la fortaleza en
construcción de esta última isla, mientras que los enfermos eran alojados en un
hospital. Por su parte, sus captores se dedicaban a saquear carga, aparejos y pertrechos del navío,
así como la bandera real, entre burlas y desprecios a
los castellanos.
En vano protestó Gómez de Espinosa, que fue amenazado
con la horca si no callaba. La nave permaneció allí una semana,
hasta que un golpe de mal tiempo la quebró. Sus restos se aprovecharon para
seguir construyendo el fuerte portugués, y sus aparejos para otros barcos. Tal
fue el triste fin de la nao capitana de Magallanes.
Al llegar a la fortaleza, se encontraron con grilletes a tres de los cinco
compañeros que habían dejado a cargo de la factoría castellana en Tidore, que había sido despojada y destruida;
el artillero había muerto camino a Malaca; y el quinto andaba huido, aunque
sería apresado tras mandarlo llamar sobre seguro Gómez de Espinosa. Brito
interrogó por separado al capitán y al maestre de la Trinidad sobre el viaje.
Después de eso, los mantuvo presos cuatro o cinco
meses, trabajando con sus captores en la construcción de la
fortaleza –salvo Gómez de Espinosa, que se negó–, para luego enviar a
diecisiete de ellos a la isla de Banda (a unos 650 km al Sur-Sureste de Ternate).
El portugués retuvo, en cambio, a cuatro: el maestre Juan Bautista; un
piloto reconvertido en escribano (Bartolomé Sánchez); el contramaestre «Antón
de Baçaça» (Basazábal); y a
un carpintero que necesitaba para trabajar (maestre Antonio). Con inmisericorde
frialdad burocrática, Brito informaría a su rey que había escrito a su “capitán
mayor” que “sería más servicio de Vuestra Alteza mandarles cortar las cabezas”
al maestre, y al escribano y piloto; y que si no lo había hecho era porque ignoraba si sería del gusto del monarca.
Aun así, los había retenido en el Maluco para ver si morían por lo
insalubre de aquella tierra; y pedía a Jorge de Albuquerque que
hiciera lo mismo en Malaca, que tampoco era tierra muy sana. Sin embargo, por Pancado sabemos que el destino de estos dos presos fue
“llevar un navío cargado de clavo a Malaca por el camino de Burneo
que los castellanos descubrieron”, así que esquivaron momentáneamente la
muerte.
Con quien Brito no tuvo ningún miramiento fue con su compatriota Pedro
Alfonso de Lourosa (criado de Francisco Serrano, el
amigo de Magallanes que le había informado de la riqueza de las Molucas), que fue ajusticiado por haber
abandonado Ternate en diciembre de
1521 para unirse a los castellanos y regresar a Europa.
Carta del capitán Antonio
de Brito a Juan III de Portugal, informando sobre el paso de las naos que
quedaban de la expedición de Magallanes San Juan de Ternate,
6 de mayo de 1523
Comenzó para los veintiún ex-tripulantes de la ya inexistente nao Trinidad un largo y penoso camino entre
presidios portugueses, despojados de todo salvo lo puesto: de Ternate (cuatro o cinco meses) a Banda (otro tanto), de
Banda a Java (aquí ocho días), de Java a Malaca (otros cinco meses), de Malaca
a Cochín, pasando por Ceilán…
En cada una de esas etapas el número de cautivos disminuía: porque iban falleciendo “por falta de comer”, o “por irlo
a buscar íbanse con los juncos y navíos de la
tierra”; porque desaparecían en el mar en esos juncos; por emplearse en barcos
portugueses; o incluso, en el caso del grumete Antón «Moreno» («de color
negro», dice en el rol de la nao), porque fue hecho esclavo por la hermana del
gobernador de Malaca…
Y así, hacia febrero de 1524, llegaron a Cochín, el
gran emporio del comercio de las especias en Asia, sólo unos pocos presos: ocho
que sepamos, muriendo allí otros dos. No es de extrañar que continuaran las bajas: en su desesperada carta pidiendo
auxilio al Emperador el 12 de enero de 1525, Gómez de Espinosa afirmaba que «el
comer que no tenemos nos es mayor pena que la prisión», y que «eran peor
tratados que si estuviésemos en la Berbería».
Los requerimientos de Espinosa para que fueran liberados eran ignorados sistemáticamente por el gobernador
Enrique de Meneses, así que algunos de sus compañeros decidieron buscar la
forma de llegar a casa por sí mismos. El marinero Juan Rodríguez Sordo fue el
primero que logró salir de Cochín, llegando a Lisboa
en 1525 en una nao portuguesa. A principios de ese mismo año, el maestre Juan
Bautista y el piloto León Pancado, con ayuda de dos
marineros genoveses como ellos, se escondieron sin saber el uno
del otro en un barco que los sacó de la India para dejarlos en
Mozambique, donde los apresaron nuevamente.
Juan Bautista murió allí, después de octubre de 1525; Pancado
logró introducirse una vez más como polizón, haciendo uso del soborno, en otra nao que iba con destino a Lisboa.
Aunque fue descubierto a los tres días, le permitieron continuar viaje. Tras
una última estancia en prisión, fue soltado.
Mientras tanto, la citada carta de Espinosa llegó a la corte castellana
gracias a un tal Taimón, criado de la reina
portuguesa viuda doña Leonor. Llegaba en el momento más propicio: había nacido un nuevo clima de entendimiento, alianzas
matrimoniales incluidas, entre los monarcas ibéricos. El gobernador Meneses
consintió entonces en que Gómez de Espinosa, Mafra y
maestre Hans Vargue se embarcaran con destino a
Lisboa en naos cargadas, cómo no, de especias. Tuvieron que ganarse el poco pan
que les dieron en el viaje trabajando a bordo.
Nao «Victoria». Imagen
de la Fundación Nao Victoria
A Lisboa llegaron los tres a finales de julio de 1526, siendo recluidos en la cárcel del Limoeiro («Limonero»). Allí, a orillas de su libertad,
expiró Hans. Sus compañeros resistieron, pero tuvieron que esperar aún casi
siete meses para regresar a Castilla. A Mafra lo
retuvieron veintisiete días más que a Espinosa, porque lo tomaron por piloto al
descubrirle (¡a esas alturas!) unos libros de derrota en un arca, que habían
sido de Andrés de San Martín, el piloto principal de Magallanes. Por fin, tras
varias cartas de Carlos V a su cuñado el rey de Portugal –¿y quizás algún
pago?–, a principios de 1527 capitán y marinero fueron
liberados.
Por entonces hacía más de cuatro años desde su captura en
las Molucas; cinco años desde que se
separaran de sus compañeros de la nao Victoria; siete años y algunos meses desde que junto a otros
245 tripulantes salieran de Sanlúcar de Barrameda a las órdenes de Fernando de
Magallanes.
El capitán Gonzalo Gómez de Espinosa, el piloto León Pancado
y los marineros Ginés de Mafra y Juan Rodríguez
Sordo habían sobrevivido a los temporales, al hambre y a la enfermedad,
a la prisión y a los trabajos forzados, a la pena por los amigos
muertos. Habían logrado dar, al fin y al cabo, la otra vuelta al mundo.
Fuente: todoababor.es
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