El Dominó es un juego donde las variantes abunda quizás mucho más que en el Ajedrez, que es un juego científico. Mejor dicho: las variantes que tiene el juego de Dominó entre cuatro personas y en compañía, son más numerosas que las que se presentan en  Ajedrez. Si el Dominó fuera un juego para dos personas, cómo podría hacerse al jugar con catorce piedras, la cosa sería distinta y más fácil, porque las variantes, aunque numerosas, serían mucho menores que en los otros tipos de juego que se pueden practicar con el Dominó

 

         Se trae a colación esta cita, en página 113 del autor, porque sus implicaciones son directas con las posibilidades del juego y por tanto con el reparto inicial, lo que se relaciona directamente con el tema tratado de la salida.

         Realmente es difícil comentar este caso, ya que las falacias son tales y el desconocimiento tan profundo que da incluso lastima el autor de tales disquisiciones; vamos a tratarlas separadas para aclarar algo más el batiburrillo mental en que se encontraba inmerso el autor:

a)    “…las variantes que tiene el juego de Dominó entre cuatro personas y en compañía, son más numerosas que las que se presentan en  Ajedrez

 

El desastre es de tal magnitud y el desconocimiento de ambos juegos es tan profundo que sinceramente me niego a seguir comentando tal despropósito; recomiendo ver el tratamiento de este tema en mi obra “La ciencia del dominó”.

 

b)   Si el Dominó fuera un juego para dos personas, cómo podría hacerse al jugar con catorce piedras, la cosa sería distinta y más fácil, porque las variantes, aunque numerosas, serían mucho menores que en los otros tipos de juego que se pueden practicar con el Dominó

 

Increíble lo referido; una cosa es que tengas más afición por alguna variante del juego y otra que desconozcas todo sobre las demás, incluso sobre la que tratas y pretendas juzgar o dar opiniones al respecto.

En este caso el autor desconoce totalmente las posibilidades tanto de la variante clásica cómo la de reparto total con catorce fichas por jugador, ya que esta y no la clásica es la que tiene mayor número de variantes y es más complicada de jugar.

Si pusiésemos a cualquier jugador con las 28 fichas descubiertas y con catorce en su mano y tuviese que elegir la mejor opción y secuencia de seguro no acertaría ni con una y mucho menos con la otra.

Si el autor se hubiese parado a pensar al menos unos minutos lo que dice se habría dado perfecta cuenta de algunas características que diferencian ambos juegos, por ejemplo:

 

1)   El juego de parejas tiene una salida posible a elegir entre siete fichas y el reparto total puede salir por catorce fichas diferentes.

2)   Las respuestas posibles en reparto total son, en la práctica, siempre mayores que en el juego por parejas.

3)   Las variantes son más exactas y la profundidad posible de cálculo mucho mayor en reparto total.

4)   Y por último y definitivo las cadenas que se pueden formar en parejas son cómo mucho de 25 fichas, quedando en la mano de al menos tres jugadores una ficha y por tanto las variantes posibles corresponden a solo 25 fichas del dominó en todas las secuencias posibles, mientras que en reparto total se pueden formar cadenas de 27 fichas por lo que las estructuras totales corresponden a todas las variantes que se pueden formar con 27 fichas de dominó, que supera en varios órdenes de magnitud a las de parejas, y por tanto el juego de parejas tiene mucho menor número de variantes.

De hecho todos los desarrollos posibles en parejas con cualquier total de fichas en la cadena se encuentran también en el reparto total, pero solo cómo una pequeña parte de las posibilidades de este.

 

         Cómo se puede comprender no hace falta ningún ingenio moderno para saber estas y casi todas las cosas que se tratan en esta obra, solo saber contar con los dedos y tener la modestia suficiente para pensar, al menos unos minutos, en lo que vas a decir y no caer en continuos ridículos cómo estamos viendo en las “obras” de estos autores; no es de extrañar que fuera del mundillo todo esto sea considerado cómo menor, en realidad prácticamente risible. Lógico y natural.

 

 

 

 

 

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José Luis González Sanz

 

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